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AMLO ESCUCHA MÁS A SU HIJO ANDY QUE A MÍ, DIJO ALFONSO ROMO.

El exjefe de la Oficina de la Presidencia se cansó de pelear con un hombre más poderoso que él: Andy López Beltrán, el hijo del presidente. Harto de luchar, el empresario de 70 años tomó sus cosas y se fue en pleno segundo aniversario de la llamada Cuarta Transformación.


Desde que inició el sexenio, dos grandes egos entraban y salían de la Oficina de la Presidencia con derecho de picaporte. Pero después de un 2020 de mucha tensión entre ellos, uno de esos egos inflados empujó a otro fuera de Palacio Nacional: Andy López Beltrán, el hijo del presidente Andrés Manuel López Obrador, sacó a Alfonso Romo del gabinete.


Entre los empresarios más poderosos del país era conocido que Alfonso Romo estaba cada vez más harto de las confrontaciones con el hijo del presidente, quien constantemente se oponía a sus ideas y a su manejo de la relación con los hombres y mujeres del dinero del país.


Esa rivalidad se sabía en secreto desde que el ahora exjefe de la Oficina de la Presidencia prometió a inversionistas que la planta cervecera de Constellation Brands en Mexicali, Baja California, abriría sin contratiempos, pese a que algunos trámites se habrían conseguido con sobornos… y luego tuvo que ofrecer disculpas, porque Andy convenció a su papá de hacer una consulta popular que tiró por la borda las promesas de Alfonso Romo.


El desencuentro se hizo público este noviembre, cuando el empresario morenista se reunió con hombres y mujeres de negocios en el Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas (IMEF) y tiró dos bombas.


Esa rivalidad se sabía en secreto desde que el ahora exjefe de la Oficina de la Presidencia prometió a inversionistas que la planta cervecera de Constellation Brands en Mexicali, Baja California, abriría sin contratiempos, pese a que algunos trámites se habrían conseguido con sobornos… y luego tuvo que ofrecer disculpas, porque Andy convenció a su papá de hacer una consulta popular que tiró por la borda las promesas de Alfonso Romo.


El desencuentro se hizo público este noviembre, cuando el empresario morenista se reunió con hombres y mujeres de negocios en el Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas (IMEF) y tiró dos bombas.


NO ME HACEN CASO


La primera fue criticar al gobierno en el que trabajaba al decir que las decisiones en materia económica se tomaban como si el país estuviera creciendo al 9%, cuando en realidad se estaba cayendo en esa misma magnitud.


La segunda llegó a oídos de hombres clave para las finanzas del país, como Eugenio Nájera, ex director general de Nacional Financiera (Nafin): “El presidente le hace más caso a su hijo que a mí”.


En aquella convención, Alfonso Romo lucía cansado. Demasiados enojos contenidos y peleas perdidas frente al único rival que podía ganarle una discusión en Palacio Nacional: Andy, el segundo hijo de Andrés Manuel López Obrador, tiene una influencia poderosa sobre el presidente que él jamás obtendría.


La última discusión perdida había sido sobre el outsourcing: Alfonso Romo había recibido una avalancha de llamadas de sus amigos empresarios pidiéndole que hablara con el presidente y que lo convenciera de no abrir un frente más con los dueños de la inversión privada.



Los empresarios le advertían que este era el peor momento para hacer ilegal un esquema de contratación como el outsourcing: miles de empleos se eliminarían en plenos intentos por revivir la economía y hombres y mujeres de negocios perderían, una vez más, la confianza del presidente. Esa falta de confianza se traduciría en menos inversión y el desplome del crecimiento económico del país.


Alfonso Romo estuvo de acuerdo y aseguró a sus amigos y amigos de sus amigos que hablaría con el presidente para que el tema ni siquiera llegara al Poder Legislativo. Les pidió calma y confianza en que el outsourcing no se discutirá hasta que la crisis económica estuviera domada y se vieran signos de recuperación económica.


Pero, una vez más, Andy lo dejó mal parado frente al empresariado mexicano, como sucedió con la cancelación del Aeropuerto de Texcoco.


“YA NO AGUANTO”


El hijo del presidente hizo valer su lazo sanguíneo –la carta que nadie más tiene en el gabinete– y le habló al oído a su padre para abordar, desde ahora, la reforma laboral que eliminaría la subcontratación, según contó Alfonso Romo a sus cercanos en aquella convención.


“Ya no aguanto” fueron sus palabras, que se le escuchaba repetir cada vez con más frecuencia entre sus colaboradores.


Esa última batalla perdida lo convenció de que no había lugar para él en la Oficina de la Presidencia, así que a mediados del mes pasado tomó la decisión que no habría más luchas, no más enojos, no más romper relaciones con sus amigos. Dejaría el gabinete.


Alfonso Romo esperó a que llegara el segundo aniversario de la llamada Cuarta Transformación y, con el reloj en la mano, entregó su renuncia este 2 de diciembre. La palabra irrevocable estaba en su carta, dicen los que conocen esta lucha de egos, para que no hubiera dudas de que su decisión estaba tomada.


Sin embargo, como muestra de amistad y lealtad con el presidente, Alfonso Romo permitió una excepción: se quedaría como consejero externo de la Presidencia de la República, cerca del poder, pero lejos de Andrés Manuel López Beltrán y de los que el empresario llama “los radicales”, como la secretaría del Trabajo, Luisa Alcalde, con quien discutió el tema del outsourcing.


EL NEOLIBERAL INFILTRADO


Su figura dentro del gabinete siempre fue controversial. A muchos de los fundadores de Morena que lucharon con el presidente Andrés Manuel López Obrador desde 2006 por la Presidencia de la República no se les olvida que el propio Alfonso Romo fue uno de los financiadores de la campaña QUE acusaba al tabasqueño de ser “un peligro para México”.


Tampoco le perdonan su visión conservadora para hacer negocios y política y su cercanía con hombres y mujeres que han invertido en contiendas de desprestigio a López Obrador, incluso ahora que es el titular del Poder Ejecutivo.


Su salida deja en la incertidumbre –pero también con línea directa con AMLO– a poderosos empresarios cercanos al presidente: Ricardo Salinas Pliego, director de Televisión Azteca, Elektra y Banco Azteca –quien tenía programada una comida con López Obrador el mismo día de la renuncia de Romo–; Bernardo Gómez, co presidente ejecutivo de Grupo Televisa; Olegario Vázquez Aldir, director general de Grupo Empresarial Ángeles; Daniel Chávez, presidente del grupo hotelero Vidanta.


También Miguel Rincón, dueño de Bio-Pappel; Sergio Gutiérrez, director general de DeAcero; Miguel Alemán Magnani, fundador de Interjet; Carlos Bremer, presidente y director de financiero de grupo Value y Patricia Armendáriz, directora de Financiera Sustentable.


Para los lopezobradoristas acérrimos, Alfonso Romo era un caballo de Troya. Un infiltrado de “la mafia del poder”. Un neoliberal disfrazado. Un millonario de dudosas credenciales en un gobierno austero y popular, decía una senadora de Morena cuando se supo que, en recompensa por calmar las dudas de los empresarios y empresarias de México en la campaña electoral de 2018, se le daría la silla de la Oficina de la Presidencia.


Sin embargo, sólo duró dos años en ese despacho. Hoy su lugar luce vacío y él, acaso el empresario más poderoso del país hasta ayer, ha limpiado su escritorio para que alguien más ocupe el espacio, a pesar de que, según AMLO, Romo seguirá siendo el enlace con los empresarios y nadie más ocupará ese puesto.


No más enojos. No más batallas perdidas. No más pelear contra la sangre del presidente. Alfonso Romo se va y, con él, se va la frágil confianza de los hombres y mujeres de dinero del país en la Oficina de la Presidencia.






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